El viaje del tesoro

Text: Santiago Pitarch

El pasado 18 de mayo, la asociación ABRIL organizó la conferencia titulada El viaje del Tesoro. Manuel de Arpe y la evacuación del Museo del Prado, 1936-1939. Los tres ponentes fueron: Rafael Seco de Arpe (nieto de Manuel de  Arpe), el doctor en Historia del Arte Manuel Haro Ramos y la poeta Elina Pereira Olmedo. 

Como documento base se utilizó el libro homónimo, el cual tiene como hilo argumental la peripecia vital de Manuel de Arpe (1897-1984), restaurador del Museo del Prado que acompañó como técnico al cargamento de obras de arte evacuado durante la Guerra Civil. El tesoro y sus cuidadores viajaron desde Madrid hasta Valencia, posteriormente a Cataluña y finalmente a Ginebra, volviendo a España tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Este convoy sufrió peripecias sin fin, pero el incidente más famoso fue el ocurrido a su paso por Benicarló, en el cual resultaron dañados conocidos cuadros que hoy podemos continuar admirando gracias a la tarea de héroes olvidados como el que protagoniza el libro.

El 30 de agosto de 1936 se cerraron las puertas del Prado. Madrid no era una ciudad segura y las 250 obras más importantes fueron retiradas de las plantas superiores ante el temor a un posible ataque aéreo. No resultó ser un temor infundado, puesto que el 16 de noviembre sufrió un bombardeo con artefactos incendiarios, a pesar de su ubicación aislada y de ser un edificio señalizado con bengalas. No se trató de un error: nueve de las bombas cayeron sobre el museo y otras tres en sus inmediaciones. Por suerte, este tipo de armas todavía era experimental y no surtieron el efecto esperado, de forma que solo un altorrelieve de Benedetto Cervi Pavese fue dañado. El gobierno franquista jamás admitió que el ataque hubiese tenido lugar. Cuando el 17 de agosto de 1939 el nuevo régimen envió a Pedro Muguruza a Ginebra a reclamar las obras allí almacenadas, negó que la aviación de Franco hubiese atacado el Museo del Prado. Técnicamente, aunque de forma cínica, podríamos decir que no mentía: tal como explicó Manuel Haro en la ponencia, el ataque fue perpetrado por la aviación nazi, la cual solia actuar por cuenta propia, ninguneando a sus aliados españoles. 

Podríamos preguntarnos cuál es la razón de un ataque aéreo a un museo lleno de patrimonio artístico, sin valor militar. La respuesta la podemos encontrar en la teoría del general italiano Giulio Douhet, quien defendía que la destrucción de los tesoros artísticos desmoralizaba a la población, reduciendo su capacidad de resistencia. 

Recomienda que la función de la Fuerza Aérea es dirigir su potencia destructora al corazón del adversario; infraestructuras claves, destrucción de museos y edificaciones culturales que identifiquen a la nación para de esa forma quebrar su moral, su capacidad de lucha.  Defendía el uso de las bombas incendiarias, del gas mostaza, de las armas químicas… en los centros de población, no distinguiendo entre población militar y civil, involucrando por igual a todos los que conforman la nación: ancianos, hombres, mujeres y niños. Con ello se conseguirá que «pronto vendrá el momento en que, para poner fin al horror y el sufrimiento, el pueblo mismo, impulsado por el instinto de autopreservación, se levantaría y elegiría el final de la guerra, la rendición». Siempre bajo la premisa: como la guerra es inmoral, cualquier método para acortarla es justificable. 

Las obras fueron, en primer lugar, acumuladas en Valencia, en sendos depósitos en las Torres de Serranos y en la Iglesia del Colegio del Patriarca, edificios que fueron reforzados ante posibles ataques. En 1938 se da la orden de traslado a Barcelona porque el gobierno republicano teme que el frente sea cortado por la provincia de Castellón. De hecho, así ocurre, puesto que el 15 de abril las tropas franquistas dirigidas por el coronel Alonso Vega alcanzaron el mar y coronaron la campaña ofensiva más exitosa de la Guerra Civil. En poco más de un mes se habían arrebatado al enemigo más de 15 000 km y, lo que es aún más importante, habían partido en dos el territorio controlado por la República. La importancia de esta victoria del bando rebelde puede comprenderse si tenemos en cuenta que se conseguía no solo partir el territorio republicano en dos, sino que se facilitaba enormemente la logística propia mientras que se hacía imposible el suministro del bando gubernamental a lo largo del eje mediterráneo. Cabe señalar en este punto que, tal como explica este artículo de ABRIL, esta estratégica ruptura no se produjo por Vinaròs, como se suele mantener tradicionalmente, sino por Benicarló. 

El tesoro artístico reside poco tiempo en Barcelona, puesto que es inmediatamente trasladado cerca de la frontera con Francia, concretamente a una mina de talco, al castillo de San Fernando en Figueras y al castillo de Perelada. Durante todo el periplo, Manuel de Arpe continúa con su labor de mantenimiento y restauración por lo que es posible la reparación de los cuadros dañados a su paso por Benicarló. Una anécdota curiosa es que uno de los cuadros de Goya, bastante maltrecho, ha de ser reparado utilizando lino de la mayor calidad posible, el cual escasea a causa del contexto bélico. La solución pasa por utilizar las enaguas de la mujer del mayordomo del castillo de Perelada.

Con los últimos coletazos de la resistencia republicana en Cataluña, se constituye un comité de salvaguarda de los tesoros españoles, bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones. Estaba constituído por los principales museos de los países democráticos y dirigido por un heterogéneo grupo de delegados franceses, británicos, suizos, holandeses, belgas, norteamericanos y españoles, entre los que cabe destacar a Jose María Sert, pintor residente en París e impulsor del proyecto.

Este Comité Internacional acordó con el gobierno republicano el traslado del tesoro a Ginebra, realizándose mediante el uso de 71 camiones que cruzaban la frontera con Francia junto con centenares de miles de refugiados que huían de posibles represalias franquistas. Mediante el acondicionamiento de un tren especial, llegaron a Ginebra. El 30 de marzo del 39, el Secretario General de la Sociedad de Naciones entregaba las obras al gobierno del dictador, con lo que se iniciaba su regreso a Madrid.

Una selección de las obras evacuadas de mayor relevancia artística permaneció temporalmente en el Museo de Arte e Historia de Ginebra, formando parte de una exposición que tuvo un inesperado éxito de público internacional: más de 400.000 visitantes, cifra insólita en una Europa que vaticinaba un desastre inminente. Estas obras regresaron de forma apresurada a España el 9 de septiembre de 1939, ya desencadenada la Segunda Guerra Mundial, en un tren sin luces para evitar un posible bombardeo. Las obras volvían a huir de un posible ataque alemán, solo que esta vez lo hacían en dirección contraria.

Después de semejante periplo, parecía milagroso que solo un puñado de obras hubiesen sido dañadas. La única huella importante que quedaba era la pérdida de masa pictórica de El 2 de mayo de Goya, dañada en Benicarló y restaurada por Manuel de Arpe en Peralada utilizando el curioso material comentado anteriormente. Hasta 2008 no se restauró este cuadro de forma integral, recreando la parte dañada a partir de fotos anteriores a su accidente benicarlando.

El nuevo régimen gobernante en España mostró una total hostilidad hacia todos los que habían colaborado en la evacuación del tesoro artístico: la Sociedad de Naciones, el Comité Internacional y, evidentemente, los técnicos republicanos, entre los que se encontraba Manuel de Arpe, quien tuvo que pasar por un proceso judicial en el que, para su fortuna, se le declaró inocente de todo cargo.

Oficialmente, el régimen franquista declaró que las obras se habían salvado gracias a su gestión, que ni una sola bomba había caído sobre el Museo del Prado y que estos tesoros habían sufrido «todos los riesgos por un régimen de oprobio, que las hizo viajar sin razón». 

Estos tesoros se salvaron gracias al trabajo de muchos, tal como Rafael Alonso, restaurador del Museo del Prado, relata: «El Taller de Restauración nunca interrumpió su actividad durante la Guerra (…) Cuando comenzó el periplo de los cuadros de Madrid a Valencia , de allí a Cataluña, su posterior traslado a la Sociedad de Naciones en Ginebra, y el retorno a Madrid, el restaurador del Museo del Prado, Manuel de Arpe y Retamino, fue la única persona del Museo que estuvo junto a las obras durante los casi tres años que los cuadros estuvieron fuera de su casa. El forrador del Museo, Tomás Pérez Alférez, le acompañó y ayudó casi todo el tiempo. De este angustioso viaje dejó escrito una especie de Diario que muchos restauradores posteriores leímos estremecidos, y nos sirvió como ejemplo de cariño y dedicación a esas pinturas que han formado parte de nuestras vidas».

Algunos cuadros se trasladaron sin la protección adecuada, a pesar de las quejas de Manuel de Arpe y otros personajes. En opinión de algunos historiadores, como Javier Tusell, los posteriores traslados a Cataluña y Ginebra fueron innecesarios. Es lógico que ocurra lo que relata Peio Riaño: «El conde-duque de Olivares, de Velázquez, llega a Valencia desfigurado por los chorretones de agua que han precipitado el barniz por la superficie. Manuel de Arpe y Retamino es el doctor de todos ellos (…) luego le tocará sanar La carga de los mamelucos, aplastada por una cornisa que lo destroza». Este último accidente mencionado es el que sucede en Benicarló.

Rafael Alonso también hace mención al incidente local: «Tuvo que intervenir como restaurador, reparando algunos desperfectos sufridos durante los viajes o los almacenamientos deficientes. Sobre todo, tuvo que salvar, con Tomás Pérez, los dos cuadros de Goya: La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo, que quedaron fragmentados en varios trozos, cuando el camión con las cajas que los transportaba de Valencia a Cataluña chocó con un balcón».

El incidente en Benicarló, como suele suceder con la memoria oral, fue mutando con el tiempo, de forma que los pormenores acabaron mostrando diversas versiones. Como relata el Presidente de ABRIL en la entrevista del pasado 29 de mayo en Radio Benicarló, unos minutos después de que el convoy pasara, Benicarló sufrió el peor bombardeo de la Guerra Civil, perpetrado por la aviación italiana, con 26 muertos. Más allá de lo que realmente hubiese sucedido si los aviones italianos hubiesen avistado una columna de camiones enemigos, la concurrencia en el mismo día del bombardeo y del accidente de los cuadros causó que durante años se asociaran ambos sucesos. Se contaba que había sido una cornisa de un edificio, dañada durante el bombardeo, la que se desprendió sobre los cuadros de Goya. Realmente, el ataque aéreo no tuvo ninguna incidencia sobre estos hechos, ya que la causa del incidente fue que el conductor del camión, tras agotadoras horas de marcha, se durmió al volante y chocó contra un edificio aún no exactamente localizado de la actual Calle Mayor, por donde transcurría la carretera que unía Valencia con Barcelona en aquellas fechas.

Como relata el propio de Arpe en su diario, «Se viajó durante todo el día. La primera parada la hicimos entre Castellón y Benicasim, y la segunda en La Aldea, pasado Tortosa. Los conductores, por la noche, conducían con dificultad porque la noche anterior tampoco habían dormido. Hicieron varias veces protesta de ello, diciendo que no responderían de algún incidente, porque no dormían. El sargento los alentaba con energía». También, en el citado diario, comenta el lamentable estado en el que quedó uno de los cuadros accidentados en Benicarló: «Los cuadros estaban desastrosos. Se empezó el trabajo como correspondía, comenzando por la forración, que la hizo Tomás Pérez, y a su tiempo, empecé por mi parte la labor de limpiarlos y de reconstruirlos, ya que uno de ellos estaba dividido en dieciocho partes (La carga de los mamelucos)».

La historia nos regala hechos que parecen revestir cierta ironía, pues como comentó P. Riaño, las dos pinturas dañadas son dos gritos contra la guerra, dañadas en otro conflicto fratricida.

De Arpe, que viaja con su familia, arriesga sus vidas, pudiendo haberse dado un desenlace bastante peor del realmente sucedido. Más allá de los peligros de atravesar un país en guerra con un cargamento que puede considerarse un objetivo bélico, un par de breves apuntes de su diario nos pueden hacer ver el tipo de peligros a los que estuvieron expuestos. «Al poco, bajó el capitán Arizmendi (…). Le mostré el documento que me escribió Negrín, el cual leyó rápidamente a la luz de una linterna de bolsillo y me hizo unas cuantas y vehementes preguntas. Al interrogarme si venía solo, le tuve que decir que no, que también traía a mi familia compuesta de mis ancianos padres, mi mujer y dos hijas pequeñas, lo que le contrarió grandemente, y entonces me preguntó que si también traía equipaje, a lo que le dije que unas maletas, un colchón y una pequeña perra. Brevemente meditó y tajante me dijo: “Su familia no puede pasar de aquí; el equipaje lo tiene que abandonar en el suelo, y al perro hay que pegarle un tiro”. Me quedé como una piedra pero Dios me dio fuerza para que respondiera: “Es más sencillo que el tiro me lo pegue a mí”».

Una vez pasada la frontera, el peligro no acababa, como podemos entender cuando relata el trato recibido por parte de los soldados franceses: «El capitán, con una lista en la mano, fue destacando a más de la mitad de los que formábamos y pasándolos a un camión para llevarlos a un campo de concentración, que partió enseguida. Desde entonces, los días que estuvimos allí, no conocí la tranquilidad, esperando siempre que nos detuvieran y nos llevaran de allí».

Para no extendernos, remitimos al lector a esta interesantísima obra perfectamente documentada, la cual desarrolla en detalle las peripecias de esta familia y del tesoro que custodiaba el protagonista. Para los benicarlandos tiene un valor añadido, pues se relata el protagonismo que tuvo nuestra localidad en unos hechos que parecen funcionar en forma de alegoría, tal como el propio de Arpe muestra al acabar su diario: «Mi primer trabajo en el Prado fue reanudar la restauración de los cuadros de Goya El 3 de mayo y La carga de los mamelucos. Parece que los escogió la fatalidad, para que tantas veces tuviera que estar contemplando este espectáculo de violencia que prácticamente llegamos a vivir».

Santiago Pitarch

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