Sobre ‘La velada en Benicarló’

Text: Santiago Pitarch

Es bien conocida la existencia de un libro titulado La velada en Benicarló, escrito por Manuel Azaña, quien fue presidente de la Segunda República. Sin embargo, no todos conocen cuál es exactamente su contenido y qué relación tiene con nuestro municipio. En las siguientes líneas, trataremos de dar un poco de luz a este asunto.

Lo primero que se debe señalar es que se trata de una obra de ficción. Azaña, a través de once personajes, da su visión particular sobre la situación de la República en el contexto de la Guerra Civil. Hace coincidir a sus personajes en el albergue de Benicarló. Supuestamente, se conocen entre sí y, a través de sus conversaciones durante esa velada, se hace una disección de las causas del enfrentamiento civil, de las debilidades del bando republicano, de las consecuencias futuras del conflicto, de la idiosincrasia de España, etc. Los protagonistas de la obra son un diputado, un médico, un comandante de infantería, un aviador, un abogado, un exministro, un prohombre socialista, una actriz de teatro, un escritor, alguien descrito como un propagandista y un anónimo capitán del ejército.

Cada personaje encarna una visión distinta de los acontecimientos. Todos ellos son republicanos, pero cada uno da voz a una sensibilidad política e intelectual diferente. Gracias a ese artificio retórico, el autor da cuenta de las distintas visiones que existen, dentro de la familia republicana, sobre los males que aquejan al país en un contexto tan trágico. Para algunos, Azaña es el alter ego de uno o varios personajes, que coinciden con sus posturas políticas; para otros, la intención del autor fue mostrar diferentes actitudes y corrientes existentes en los tiempos que le había tocado vivir. De este modo, los personajes de La velada en Benicarló se transforman en un mosaico de sensibilidades que reflejan a los socialistas y liberales que defendían a la República. No aparecen entre los protagonistas representantes de las ideas de anarquistas o comunistas, ni tampoco de las de los nacionalistas vascos y catalanes, lo que nos da información sobre las filias del autor.

Respecto a Azaña, doctor en derecho y funcionario de carrera, cabe señalar que comenzó pronto tanto su vocación literaria como su activismo político. Entre 1913 y 1923 militó en el Partido Reformista, pero en 1925 creó la formación Acción Republicana, que representaba las ideas políticas de lo que podemos llamar republicanismo ilustrado y burgués.

Tras caer la dictadura de Primo de Rivera, formó parte del Comité Revolucionario que contribuyó a instaurar la República el 14 de abril de 1931. Las elecciones de junio le permitirán ser elegido Jefe del Ejecutivo, dimitiendo en agosto del 33. 

En 1934, estando en la oposición, fue detenido, acusado falsamente de participar en los levantamientos revolucionarios de Cataluña y Asturias. Liberado en enero de 1935, creará el Frente Popular, que ganó las elecciones en febrero de 1936. En mayo fue proclamado Presidente de la República, cargo que ostentó durante toda la Guerra Civil. Exiliado a Francia en 1939, falleció allí en 1940.

Azaña es, por tanto, una de las figuras políticas más importantes para comprender la Segunda República y la Guerra Civil, por lo que La velada en Benicarló se convierte en un documento que, más allá de su mayor o menor calidad literaria, constituye un valioso documento que refleja las tribulaciones intelectuales de uno de los protagonistas de la historia española.

En esta obra podemos entrever las amargas quejas del autor respecto a distintas realidades del bando republicano durante la guerra. Lamenta la insubordinación al ejecutivo de las distintas facciones políticas que supuestamente defienden a la República, pero que, en realidad, tienen su propio programa político a implementar y son reacias, diciéndolo suavemente, a acatar las órdenes gubernamentales. 

Para entender la obra, es necesario conocer cuáles eran las inclinaciones políticas de su autor. Con este fin, podemos acudir a Tuñón de Lara, quien tenía claro que el modelo de Azaña era la Tercera República francesa: «Creo necesario señalar que los grandes lineamientos de su proyecto político proceden de la Tercera República francesa, sobre todo la de antes de 1914 que tanto le había entusiasmado». El Estado y la maquinaria gubernamental habían de imponerse sobre lo militar y sobre lo religioso, que según Azaña, «eran los dos poderes que habían puesto a la República a dos dedos de perderse», tal como se puede ver reflejado en sus Obras Completas.

Sin embargo, la cuestión social, es decir, la solución a las lamentables condiciones materiales en las que vivía la mayor parte de la población española, no parecían ser una prioridad en su programa político, lo que explica, en parte, el enfrentamiento con las fuerzas más izquierdistas. Al presentar su gobierno en 1931 dice: «En el orden social este gobierno presentará pocas novedades. Más que a proponer nuevas leyes sociales, el Gobierno se aplicará a consolidar la legislación ya obtenida…». 

La gran contradicción que sufren las ideas de Azaña al intentar ser aplicadas a la realidad, las resume de este modo el autor citado: «La gran paradoja de Manuel Azaña había sido la de un hombre con una idea del Estado, que nunca pudo controlar este, ni como jefe del Gobierno ni como jefe del Estado mismo.

España vivió todavía durante el primer tercio del siglo XX un tiempo histórico con retraso de varios decenios respecto al de Europa; tecnológica y económicamente, en sus estructuras sociales y mentales, en los niveles de vida, en la práctica de los partidos políticos y ejercicio de la democracia. Le llegaron nuevos tiempos sin haber agotado las etapas precedentes. Y es sabido que en todo fenómeno histórico de retraso se crea una situación mucho más conflictiva, porque a las viejas contradicciones se añaden otras nuevas. En el caso de España, el tradicional eje polémico de grandes propietarios y trabajadores de la tierra, se encontrará doblado por cierto crecimiento industrial que crea otro eje de contradicciones patronos-obreros, sin haber resuelto aquellas; España, sin haber vivido con intensidad la época [de] la libre concurrencia comercial e industrial, llegó a una nueva época de capitalismo financiero y de intervencionismo; y habiendo solo vivido ficciones de liberalismo, llegó a la época del fascismo».

Desde el año 2004, disponemos de la publicación de la correspondencia mantenida entre Azaña y la Editorial Losada. Gracias a estos documentos, podemos reproducir un texto del autor en el cual explica a su viejo amigo José Prieto del Río, último cónsul republicano en Buenos Aires, el porqué de la elección de Benicarló para ambientar su obra, a la cual todavía no le ha asignado título: «Realmente, el situar mi diálogo en este lugar no es arbitrariedad, ni pura invención. A medio camino de Barcelona a Valencia, mucha gente se detenía en el albergue del turismo instalado allí, a orilla del mar. Yo mismo, en mis viajes, he parado allí algunas veces, y he tenido conversaciones importantes, aunque no las que se inventan en el libro. Los personajes del diálogo podrían, sin inverosimilitud, haberse encontrado en aquel sitio».

Rebuscando entre la correspondencia de Azaña, podemos también encontrar una interesante reflexión que resume la visión del autor sobre sus vivencias, reflejadas en la obra que analizamos, al mismo tiempo que nos confirma su importancia como documento clave para descubrir el testimonio de uno de los protagonistas de nuestra historia.

«Ya habrá usted visto La velada en Benicarló. Supongo que los papanatas se alzarán contra ella (…) El libro que acaba de publicarse ahí le dirá a usted cuáles son algunos de mis puntos de vista sobre lo pasado, y de ellos deducirá usted las líneas del futuro que yo preveo. No pretendo, es claro, que todos acaten mis juicios; pero tienen la autoridad excepcional de ser el fruto de una observación constante y desinteresada, desde un puesto único, en el cual ha padecido el más horrendo martirio mi españolismo liberal. Siempre han ido juntos en mi ánimo lo español —que no es puramente la tierra y la casta, sino el extracto de los valores nobles y duraderos de nuestro pueblo— y lo que ampliamente podemos llamar humanístico y liberal. La experiencia prueba que español y liberal rabian de verse juntos, no obstante haber sido nosotros quienes le dimos a esa palabra su acepción política. Esa disociación atroz (las excepciones no bastan para corregirla) está en la raíz de todas las desventuras de España». 

Suele afirmarse, confundiendo el título de la obra con su lugar de creación, que fue escrita en Benicarló. No obstante, las circunstancias de su redacción son realmente sorprendentes. Azaña aborda la confección del texto definitivo en mayo de 1937, en la sede del Parlamento de Cataluña, donde está sufriendo, literalmente, un asedio. Unidades de la CNT y del POUM tienen tomada Barcelona, pues se han rebelado contra la intentona del gobierno central de retomar el control de Cataluña. De facto, trotskistas y anarquistas son quienes controlan las fronteras catalanas y dirigen su esfuerzo de guerra, desoyendo las directivas del gobierno republicano. Se trata de una pequeña guerra interna en uno de los bandos en liza, saldándose con cerca de quinientos muertos y centenares de heridos. No es de extrañar que el pesimismo sobre las posibilidades republicanas se pueda rastrear a lo largo de toda la obra.

En el capítulo preliminar de La velada en Benicarló, el propio autor escribe acerca de las excepcionales condiciones de redacción de la obra, sirviéndonos, de ese modo, como reflexión final.

«Escribí este diálogo en Barcelona, dos semanas antes de la insurrección de mayo de 1937. Los cuatro días de asedio deparados por el suceso, me entretuve en dictar el texto definitivo, sacándolo de borrador. Lo publico (no ha podido ser antes) sin añadirle una sílaba. Si el curso ulterior de la historia corrobora o desmiente los puntos de vista declarados en el diálogo, importa poco. No es el fruto de un arrebato fatídico. No era un vaticinio. Es una demostración. (…) En tiempos venideros, variados los nombres de las cosas, esquilmados muchos conceptos, los españoles comprenderán mal por qué sus antepasados se han batido entre sí más de dos años; pero el drama subsistirá, si el carácter español conserva entonces su trágica capacidad de violencia apasionada».

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