Benicarló durante las Germanías: rebelión y asedio

35 malamentjurats de la vila de Benicarló feren germanía, la qual juraren en la esglesia de la Verge María de Gracia, del terme de Paníscola. (…) Tancaren los qui havien fet dita germania de la dita vila, e aquells demanaren socors als altres agermanats, hon se ajuntaren sis banderes, çò es: Paniscola, Cervera, Sent Matheu, Cabanes, Vilafamés, Castelló e lo Forcall. E tingueren asetiada dita vila 8 jorns.

Text: Santiago Pitarch, historiador i soci d’ABRIL

Este es un fragmento de una crónica anónima, escrita poco después de julio de 1521, que describe el asedio de Benicarló por parte de los agermanats.

¿Quiénes eran estos revolucionarios? ¿Cuáles eran sus reivindicaciones? ¿Qué consecuencias tuvo para este municipio? Veamos si el siguiente artículo arroja algo de luz a estas cuestiones.

El 18 de septiembre de 1517, una flota de 40 barcos echó anclas frente a la costa de Asturias. La población local los tomó por piratas y se preparó para repeler el ataque. Realmente, se trataba de Carlos I, que llegaba, con su séquito, a tomar posesión de su nuevo reino. Visto desde el presente, parece una premonición del tipo de relación que iba a tener con sus nuevos súbditos.

En ese momento tenía 17 años. Una combinación de alianzas matrimoniales y muertes prematuras le hacían heredero de un imperio heterogéneo que solo le tenía a él como elemento de unión. De su padre había heredado los Holanda, Flandes, Artois, Brabante, Luxemburgo, el Franco Condado, y el ducado de Borgoña. De su madre, Juana, y de su abuelo, Fernando, los reinos de Castilla y Aragón, que incluían colonias americanas, plazas en el norte de África y los territorios conseguidos por Aragón en su expansión mediterránea: Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Pero también es nieto del emperador Maximiliano, del cual recibe Austria, Tirol y algunas zonas del sur de Alemania, junto con la posibilidad de ser proclamado emperador del Reich, lo cual finalmente conseguirá tras sufragar los cuantiosos gastos que ese nombramiento implicaba, vaciando para ello las arcas de sus nuevos territorios ibéricos. En total, se calcula que gastará sobre un millón de florines en “convencer” a distintos príncipes, consejeros y gobiernos ciudadanos de que era él, y no el francés Francisco I, el mejor candidato para proclamarse emperador, lo cual conseguirá en 1520.

Carlos partía de España en mayo de ese año, rodeado de consejeros extranjeros que habían desplazado a los locales y en una misión que no respondía a intereses españoles. Las Cortes castellanas habían aceptado las cuantiosas demandas económicas del futuro emperador, decisión a la cual habían contribuido enormemente los sobornos a distintos procuradores. De todos modos, esos estipendios se habían aprobado con el voto en contra de seis ciudades y la abstención de diez, de un total de dieciocho. Cuando las multitudes atacan las casas de los procuradores que han votado a favor, la revuelta prende y Carlos ha de hacer frente a la crisis de las Comunidades.

Para muchos estudiosos, es la primera revolución moderna de Europa, mientras que, para otros, se trata de una simple revuelta contra el mal gobierno. El debate historiográfico continúa a día de hoy.

Las causas inmediatas del descontento son la acumulación de agravios contra el nuevo monarca y su administración. Habían causado una pobre impresión en el reino, donde despreciaron a los locales, colocando en distintos cargos a sus consejeros flamencos afines. Las influencias habían sido compradas venalmente. Los recaudadores de impuestos juntaron enormes cantidades de dinero que serán enviadas fuera del reino. Como colofón, durante la ausencia del rey, Adriano de Utrecht, un extranjero, iba a gobernar Castilla.

Carlos V se había comprometido con un ideario imperial totalmente ajeno a los intereses españoles. La pequeña nobleza y las ciudades castellanas se rebelaron contra una política que temían que significara el sacrificio de Castilla en aras de unos intereses ajenos. Estos temores se percibirán como justificados cuando, efectivamente, la política de Carlos y sus sucesores arruine Castilla, que pagará en oro y sangre la política imperial de los Habsburgo, ejerciendo de sustento principal de todas sus guerras.

Como en todo proceso revolucionario, las rivalidades entre distintos grupos sociales afloran al calor del conflicto. Las Comunidades son también el enfrentamiento entre una incipiente burguesía industrial textil y los grandes terratenientes y comerciantes, que prefieren exportar la apreciada lana castellana antes que suministrar a la manufactura local. De igual modo, representa también el conflicto entre las ciudades y los señores feudales, siempre proclives a usurpar los derechos, rentas y cargos urbanos. Los habitantes de las ciudades se consideraban víctimas de una revitalizada aristocracia feudal con quien el nuevo monarca parecía complaciente. En definitiva, los comuneros formaban parte de las clases medias, enfrentadas a la aristocracia terrateniente y sus aliados.

Como también suele pasar en los procesos revolucionarios, las demandas van radicalizándose a medida que el conflicto se vuelve más intenso, hasta el punto de llegar a defender un nuevo modelo social. Por ello, a las Comunidades se las puede considerar la primera revolución moderna de Europa. Se convirtió en un auténtico movimiento antifeudal: castillos destruidos y propiedades nobiliarias saqueadas daban fe del carácter que había tomado el conflicto. La población rural se unía entusiasmada a la urbana si la lucha consistía en derogar el feudalismo y sus cargas. En consecuencia, los poderosos aristócratas ya no lucharán solo por servir al rey, sino para aplastar un movimiento social que amenazaba sus intereses. De esta forma, el programa político de los Comuneros acabó abarcando la limitación del poder real y de la nobleza, la reducción de los impuestos y los gastos del gobierno, la lucha contra la corrupción, una mayor participación en los órganos de poder de las ciudades y la defensa de la industria local frente a la extranjera. Como se puede apreciar, reivindicaciones realmente modernas en el contexto de los inicios del siglo XVI.

Paralelamente, se produce la rebelión de las Germanías en el Reino de Valencia. En ocasiones se considera a este movimiento un mero eco de las Comunidades castellanas, mucho más conocidas por el gran público. Realmente, aunque el problema de base es el mismo, las reivindicaciones y el desarrollo de la revuelta tienen características propias. De hecho, ambos movimientos revolucionarios se ignoran mutuamente y no llegan a colaborar.

Se inicia en la ciudad de Valencia y se extiende por todo el reino, saltando después a las islas Baleares. Los detonantes de esta revuelta parecen algo diferentes a los castellanos. El descontento social también se debe a un contexto socioeconómico diferente. En el verano de 1519 se había desatado una epidemia de peste en la ciudad, lo que causa gran descontento social y crea un vacío de poder, pues las familias nobles abandonan la urbe. A esto se le añade una coyuntura de crisis económica, por lo que es fácil comprender que el aumento impositivo para sufragar las aventuras imperiales de Carlos V ni es bien recibido ni ayuda a superar el contexto económico adverso. Los gremios de la ciudad también tienen su crisis particular, pues están siendo desplazados por los grandes comerciantes, quienes importan mercaderías más competitivas, en detrimento de la manufactura local. Finalmente, las frecuentes incursiones de piratas berberiscos en la costa contribuyen al malestar social y, al mismo tiempo, dan una oportunidad a la rebelión, pues los Reyes Católicos habían otorgado a los municipios la posibilidad de formar milicias armadas para luchar contra esas incursiones de saqueo. 

Este contexto explica la edificación de un fuerte de defensa en Benicarló, junto a la playa. En 1564, Martín de Viciana describía así la construcción de la que no queda rastro:

Aquí se ha labrado un fuerte baluarte de cal y canto, en el cual hay cuatro piezas de artilleria bien apercibidas e provehidas e con guardias ordinarias.

Parece ser que estaba adosado a la ermita de Santa María del Mar, posteriormente denominada del Santísimo Cristo del Mar. Sabemos, también, que el temor no era infundado, pues el siete de julio de 1556, siete galeras turcas desembarcaron un gran número de corsarios que durante varias horas se dedicaron al saqueo y destrucción de distintas casas en Benicarló. La llegada de un socorro formado por arcabuceros y apoyo de caballería obligó a los otomanos a huir, dejando el botín abandonado en la playa.

Volviendo a la época que nos ocupa, la de las germanías, en Valencia se crea una asamblea conocida como Junta de los Trece, formada por miembros de diferentes gremios y menestrales, en representación del poder local. Aunque en principio se declararon obedientes al Emperador y presentaban su revuelta como una protesta contra abusos concretos, la oposición frontal de la nobleza a perder cuota de poder hizo que el conflicto se radicalizara y pasara a una fase bélica, en la cual los agermanats comenzaron a asaltar las propiedades rurales de los nobles valencianos. En 1521 el movimiento se había extendido por todo el reino y había llegado también a Mallorca. La intervención de Carlos I, por mano del virrey Diego Hurtado de Mendoza, cosechó un par de derrotas militares en las batallas de Gandía y Xàtiva. 

La nobleza levantina siguió los pasos de la castellana y puso sus recursos a favor de la causa real, lo cual decantó la balanza contra los agermanats. Dos años después de la sublevación, las tropas del virrey entraban en Valencia. El líder rebelde, Vicent Peris, y sus colaboradores, eran ejecutados en marzo de 1522, tras caer los dos últimos focos de resistencia: Xàtiva y Alzira. Por último, se sofocó la rebelión en Mallorca y se inició un proceso de purga que costó la vida a más de un centenar de insurrectos.

Las germanías nunca establecieron un programa político tan concreto como sus homólogos castellanos. Otra diferencia notable es que la revuelta, que comenzó como una protesta contra los funcionarios de la ciudad y los aristócratas, pronto se convirtió en una guerra abierta contra los musulmanes, quienes apoyaron a sus señores feudales frente a los agermanats. En este levantamiento participaron artesanos y clases urbanas que se sentían agraviados por su marginación política y su mala situación económica, campesinos que aprovechaban la revuelta para luchar contra sus señores feudales y algunos miembros de las clases medias y del bajo clero con conciencia política. Lo que tenían en común estos diversos grupos sociales eran sus malas condiciones de vida, la lucha contra los abusos señoriales y el odio a los musulmanes, quienes estaban dispuestos a defender a los aristócratas que les empleaban y a colaborar con los piratas que atacaban las costas, o por lo menos así lo percibía la masa social.

Carlos I era un monarca ausente, que no atendía a sus reclamaciones en las Cortes, pero solicitaba subsidios. Ante la nobleza opresora y los funcionarios impopulares, grandes masas sociales no podían acceder a la justicia del rey. 

El primer dirigente de la Germanía, el tejedor Joan Llorenç, tenía como proyecto convertir a Valencia en una república mercantil, al estilo de Génova y Venecia. Tras su asesinato, el programa político se volvió totalmente difuso y la acción de los revolucionarios se plasmó en el ataque a los musulmanes, a quienes obligaban a bautizarse por la fuerza, pero también en la supresión de impuestos y en la redistribución de las tierras. Estos dos últimos elementos, que subvertían el orden social,  fueron los que hicieron que las clases altas se comprometieran contra los agermanats, poniendo todos sus recursos a disposición de la causa real y haciendo posible el aplastamiento de la revuelta.

Una vez explicado el contexto histórico, podemos entender con mayor claridad los sucesos acaecidos en Benicarló.

En términos generales, la rebelión tuvo menos arraigo en aquellos feudos eclesiásticos, lo cual se puede corroborar en las tierras del Maestrazgo, bajo la tutela de la Orden de Montesa. En estas tierras, las llamas de la revolución prendieron también en los artesanos, pero el grueso de los sublevados lo conformaron los campesinos y las capas más empobrecidas de la sociedad. El programa político se vertebraba en torno a la idea de aumentar el poder popular en los consistorios y obtener justicia para las diversas reclamaciones ante las cuales el poder real parecía sordo. Para su desgracia, estuvieron en minoría en todos los municipios de la zona, excepto en Sant Mateu, que se alzó como el centro comarcal de la rebelión. Hemos de tener en cuenta que esa localidad, aunque en declive, tenía una importancia demográfica en aquella época de la que ahora carece.

En Benicarló, se expulsaron siete consejeros del consistorio municipal, lo cual no hizo sino que dar el pistoletazo de salida a la rebelión en la localidad.

El mencionado Martín de Viciana, de quien debemos tener en cuenta que se muestra contrario a la causa de los sublevados, lo recuerda así: 

A nueve de enero Año MDXI el justicia y jurados de Benicarlo barruntaron que ciertos hombres de la villa tratan en secreto de se agermanar, y porque no lo podian bien saber,  por descubrir el mal que en principio yva solapado, acordaron hacer ayuntamiento general (…) Todos votaron conformes diciendo ser vasallos del rey, y que querían como a leales bivir y morir en servicio. Exceptados siete hombres que dixeron: Nosotros siete somos de la germania y queremos bivir y morir por ella, pues se hace por ensalçamiento de la Santa fe Catholica y servicio del Rey y maestre de Montesa, y tenemos por capitanes a los treze de Valencia.

Los agermanats ordenaron a sus tropas tomar Benicarló, pero tras los ocho días de asedio mencionados al principio del artículo, se llegó a un acuerdo pacífico a cambio de levantar el cerco. El objetivo de los rebeldes era tomar el municipio porque era donde los comendadores de la orden de Montesa estaban refugiados. De hecho, el Comendador Mayor les responde por carta a sus demandas y amenazas con un escrito que acaba con un rotundo: 

Tened buen seso pues hay rey que presto abraxara vuestra colera. De Benicarló a diez y nueve de março de MDXXI.

El siguiente objetivo de los rebeldes habría sido tomar el castillo de Peñíscola, fortaleza estratégica desde la que dominar el territorio.

Tal vez este acuerdo fuese un error para los sublevados, pues Benicarló sirvió para reagrupar a las fuerzas realistas y atacar el centro rebelde, Sant Mateu, que caía el 23 de julio de 1521. Los líderes de la revuelta fueron ejecutados. García Escolano nos dejó una crónica que narra la última resistencia de los rebeldes en Morella, que se habían hecho fuertes en el campanario:

Y apagado el fuego, subieron arriba, donde hallaron un hedor intolerante de los muertos, y muy cerca de estarlo los bivos. Y dexando con libertad las mujeres, fueron llevados a las carceles todos los hombres y partido el despojo entre los soldados (…) A 26 de junio mando el General sacar de las carceles al capitan de los comuneros y seys otros de los mas principles del motin y muerte del Lugarteniente, y les dieron garrotes en la plaça, soltando a los demas culpados. Pero luego se ofrecio un disgusto con el capitan de Morella, porque pidiendo se le diesse la bandera de los vencidos, pues la havian ganado sus soldados, no se lo parecio al General y se devinieron. Y el capitan dio la vuelta para Morella, y hubo de hazer lo mesmo la gente de Benicarlon.

Con el Maestrat pacificado, se comenzó la campaña para arrebatar a los revolucionarios el resto del reino de Valencia, en la cual participó activamente una compañía formada por benicarlandos. 

Como ocurre cada vez que una rebelión es aplastada, se suceden los premios y castigos. Conservamos una lista de los 40 encausados de Benicarló y los castigos a los que fueron sometidos. Por suerte para ellos, y dado el escaso apoyo popular de los revolucionarios, las penas fueron pecuniarias, confiscándose sus casas a quienes no poseían bienes o estaban en paradero desconocido. De ese modo, sabemos que, por ejemplo, a un tal Jaume Ballester, conocido como Nofre y de profesión alférez, se le confiscó la vivienda, mientras que a un tal Miquel Caçador, de malnom, lo Esgarrat, se le multó con 600 sueldos.

Si hablamos de costes económicos, Benicarló tuvo que pagar otros 6.000 sueldos, cantidad menor a la de otros municipios en donde la revuelta fue más secundada. Por otro lado, había aportado 10.000 sueldos para pagar a la compañía de mercenarios que se reclutaron en Cataluña para sofocar la rebelión y que quedaron bajo el mando del comendador mosén Luys Oliver. El caballero Tomás Cervelló, residente en Benicarló, aportó otros 1.000 sueldos a título personal. A todo ello hay que añadir la destrucción material ocurrida durante el asedio, que un cronista anónimo recordaba como

Lo dany que dita vila rebe en comu e particulas per cremament de cases, celles, orts e corrals de la raval de dita vila, e en arbres e vinyes.

Como premio a la lealtad mostrada, Carlos I otorgó varios privilegios a Benicarló. Así, este año es el 500 aniversario de la concesión del derecho a poder celebrar una feria anual durante 17 días seguidos, es decir, ocho días antes de San Bartolomé y ocho después. Los feriantes de cualquier nacionalidad estarían protegidos por una salvaguarda real, de modo que:

sus enseres y mercancias, sean salvos y seguros en su venida, estancia y regreso, bajo nuestra especial protección. 

También se otorgaba a Benicarló el privilegio de importar de Aragón y Cataluña, aun en tiempos de hambruna, cierta cantidad de cereal, asegurando este suministro, base de la alimentación.

Por último, se concedía a Benicarló el título de villa. Carlos V ordenaba que:

a la predicha villa de Benicarló no la llaméis e intituléis para lugar sino villa, en juicio o fuera de juicio y en las escrituras públicas y privadas para siempre.

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