Text: Santiago Pitarch
Hasta el próximo 28 de julio se puede visitar en el MUCBE la exposición De temor y seda.
La Universidad de Valencia, a través de la Cátedra Demetrio Ribes, proporciona los materiales expositivos. Las torres de vigilancia esparcidas por toda la costa valenciana dan testimonio de una época en la que los asaltos de piratas berberiscos eran un temor cotidiano que, en demasiadas ocasiones, se tornaba real. Aprovechemos esta exposición, totalmente recomendable, a pesar de su sencillez, para hablar de nuestra historia.
Corría el año de 1552 cuando las Cortes Valencianas aprobaron un impuesto especial sobre la seda cuya recaudación financiaría una red de torres de vigilancia a lo largo de toda la costa del reino.
En Benicarló, llevó a la construcción de una torre de la que dan cuenta las crónicas. En un artículo anterior explicábamos que las frecuentes incursiones de piratas berberiscos en la costa habían propiciado que los Reyes Católicos otorgasen a los municipios la posibilidad de formar milicias armadas para luchar contra esas expediciones de saqueo.
Este contexto explica la edificación de un fuerte de defensa en Benicarló, junto a la playa. En 1564, Martín de Viciana describía así la construcción de la que, lamentablemente, no queda rastro:
Aquí se ha labrado un fuerte baluarte de cal y canto, en el cual hay cuatro piezas de artilleria bien apercibidas e provehidas e con guardias ordinarias.
Parece ser que el fuerte estaba adosado a la ermita de Santa María del Mar, posteriormente denominada del Santísimo Cristo del Mar. Sabemos, también, que el temor no era infundado, pues el siete de julio de 1556, siete galeras turcas desembarcaron un gran número de corsarios que durante varias horas se dedicaron al saqueo y destrucción de distintas casas en Benicarló. La llegada de un socorro formado por arcabuceros y apoyo de caballería obligó a los asaltantes a huir, dejando el botín abandonado en la playa.
Tras la caída del Imperio Romano, el Mediterráneo jamás volvería a ver todas sus costas unificadas bajo el mismo pabellón. Desde entonces, la piratería fue una constante. Aunque este término se asocia en la imaginería popular con el Caribe, lo cierto es que el viejo Mare Nostrum era un paraíso para esta actividad. En nuestras costas, los piratas y corsarios berberiscos eran la pesadilla local. Pero, ¿qué significa berberisco? Así se designaba a los habitantes de la costa africana noroccidental, es decir, lo que hoy se corresponde con Marruecos, Argel y Túnez. Etimológicamente, viene de bereber, como se designan a sus habitantes nativos. También se utilizaba el apelativo moros, que viene del latín maurus, que a su vez proviene del término griego utilizado para describir a las personas de piel morena.
En el lenguaje actual sobrevive la expresión “no hay moros en la costa” para describir una situación exenta de peligro. Esta expresión es una herencia cultural de los largos siglos en los que el avistamiento de velas berberiscas en el horizonte significaba, por el contrario, un peligro grave e inminente. Los piratas berberiscos pertenecían a los estratos sociales más empobrecidos del norte de África, puestos bajo el mando de un capitán, propietario de su propia embarcación y dedicado al robo y al secuestro. La asociación de varios piratas llevaba a la creación de pequeñas flotillas y la posibilidad de dedicarse al corso, es decir, de trabajar con la autorización y protección de las autoridades del lugar, quienes les permitían actuar contra sus enemigos, a cambio de una parte de las ganancias.
Esto, junto al hecho de considerar a todos los cristianos enemigos, facilitaba mucho la proliferación de la piratería en Berbería, pues podían reparar sus naves, abastecerse y vender tranquilamente el fruto de sus saqueos, especialmente los esclavos capturados. Efectivamente, se solía asaltar a otras embarcaciones en alta mar para robarles cualquier cosa de valor que transportasen, secuestrando también a los tripulantes. Sin embargo, los asaltos terrestres a la costa, como los que podía sufrir Benicarló, no tenían como objetivo principal conseguir objetos valiosos, pues los lugareños carecían de ellos. Lo lucrativo era capturar prisioneros para venderlos como esclavos o, si se trataba de algún notable o personaje de posibles, pedir un rescate por su libertad. De esta forma, Argel se convirtió en el principal mercado de esclavos del norte de África y en un verdadero nido de piratas. No es ningún secreto, aunque no todo el mundo lo sepa, que el propio Miguel de Cervantes fue uno de los personajes que pasó por tan desagradable trance.
En 1575 fue capturado y pasó cinco años preso en Argel, esperando a que pagaran su rescate y organizando varios intentos de fuga. Cervantes, más allá de ser el autor del inmortal Quijote, fue un destacado soldado de los tercios con una excelente hoja de servicios. Fue durante la famosa batalla de Lepanto cuando, aún gravemente enfermo, pidió luchar contra los turcos voluntariamente, perdiendo la funcionalidad de una mano como resultado de las heridas de combate. Tras recuperarse, su galera fue asaltada tras una tormenta frente a las costas de Cadaqués. Todos los tripulantes, incluyendo a su hermano, fueron apresados y conducidos a Argel.
El volumen de la piratería hizo que Argel se convirtiese en una ciudad superpoblada, con más de 120.000 habitantes, una barbaridad para la época, como muestra el texto de la Biblioteca Nacional. Además, su cosmopolitismo hizo que desarrollara su propia lingua franca, mezcla de español, italiano y portugués. La mitad de la población eran cristianos renegados que se habían convertido al islam por muy distintas razones, contando también con una masa de presos que solía oscilar entre los 25.000 y 30.000 cautivos. Es bastante probable que algunas víctimas locales de los piratas berberiscos, capturadas en zonas cercanas a nuestra ciudad, pasaran por allí o por alguna de las plazas dedicadas a tales actividades, muchas de las cuales fueron cambiando de manos a lo largo de la historia, pues la Monarquía Hispánica tomo diversos presidios en la zona para mitigar la actividad pirática. Al fin y al cabo, las expediciones a tierra firme tenían como objetivo capturar prisioneros, bien para pedir rescate por ellos, bien para ser vendidos como esclavos por las distintas plazas del norte de África. Objetivo prioritario eran las mujeres, vendidas como esclavas sexuales y domésticas. De hecho, es conocido que los piratas berberiscos llegaron a organizar expediciones de saqueo a zonas más lejanas como el Mar Negro o Irlanda para poder capturar así mujeres de rasgos más exóticos, con lo que podrían ser vendidas por un precio mayor.
Las naves utilizadas para estos ataques siempre fueron galeras de poca altura. Aunque ya desde el siglo XVI se podían considerar como obsoletas frente a navíos de vela bien artillados, conservaban ventajas que las hicieron adecuadas para estos menesteres hasta bien entrado el siglo XVIII. Los estados europeos que combatían a la piratería berberisca también utilizaron galeras: en España, el Cuerpo General de Galeras fue disuelto en 1748.
Al ser naves de poco tamaño y calado eran perfectas para rápidos desembarcos costeros, siendo posible volver a embarcar rápidamente en caso de necesidad y ocultarlas en ensenadas y diversos puestos costeros adecuados. La propulsión a remo era proporcionada por esclavos, provenientes del secuestro de no musulmanes o de la compra de esclavos, muchos de ellos subsaharianos. Las condiciones eran durísimas y entre los estados cristianos se utilizaron presos. Los llamados galeotes eran aquellos condenados a remar, aunque jamás se consiguió mitigar la escasez crónica de estos. Las galeras, en sus diversas tipologías, fueron las protagonistas de las batallas en el Mediterráneo, siendo su epítome la batalla de Lepanto (1571) que sigue siendo a día de hoy uno de los mayores enfrentamientos navales de la historia, pues por parte de la Santa Liga (formada por el Imperio español, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya) lucharon 86.000 hombres, frente a los 88.000 que consiguió reunir el Imperio Otomano.
Las incursiones terrestres de los piratas berberiscos estaban adaptadas a las posibilidades que ofrecían estas versátiles naves. Se trataba de rápidas razias en las que unas decenas de hombres armados saltaban a tierra y realizaban un ataque de saqueo, procurando capturar a cuantas personas y bienes pudiesen en un espacio de tiempo lo más breve posible. Jamás buscaban un enfrentamiento directo con las milicias que inmediatamente se formaban entre los nativos para combatirlas, pues si estas tropas llegaban a tiempo, habrían de huir precipitadamente, como ocurrió en el narrado asalto a Benicarló. Bajo esta lógica, podemos entender la función de las distintas torres de defensa que son las protagonistas de esta exposición en el MUCBE. Su función era dar la alarma para preparar la defensa lo más rápidamente posible, sirviendo como sistema de vigilancia de los puntos más propicios de la costa para este tipo de desembarcos. Mediante señales luminosas (fuegos en su parte superior), acústicas (campanas) o físicas (atajadores a caballo) podían informar del peligro inminente y dar tiempo a la formación de las milicias ciudadanas de autodefensa o al socorro de las tropas reales, que debían dar el combate en las playas. De entre las que se conservan, la más cercana a Benicarló es la de Badum.
No es de extrañar, dada esta situación, que la primera línea costera soliese estar deshabitada en gran parte de los reinos mediterráneos cristianos. Cabe recordar que, en los tiempos por los cuales transcurrimos en este artículo, el casco urbano de Benicarló acababa donde hoy está situado el famoso kiosco Muchola. Los efectos de esta actividad pirática no fueron algo anecdótico, sino un problema de primer orden. “El historiador Robert C. Davis estima que entre 1530 y 1780 fueron capturados y llevados como esclavos entre 1 a 1.250.000 de europeos (cifras conservadoras) a África del Norte, principalmente Argel, Túnez y Trípoli, pero también en Estambul y Salé” (fuente).
Las torres costeras y las milicias especializadas en tareas de autodefensa no fueron las únicas medidas tomadas por la Monarquía Hispánica. Una flota de galeras patrullaba la costa y una serie de expediciones de castigo y conquista culminaron con la toma de distintos presidios en el Norte de África, de suerte variable a lo largo de los siglos de la Edad Moderna. Las campañas que permitieron la toma de Túnez y el intento de toma de Argel por Carlos V, incluso la mencionada batalla de Lepanto, se pueden enmarcar dentro de los intentos de combatir esta piratería que suponía un auténtico martirio para España y otros estados cristianos.
Para acabar este artículo, que podría extenderse ilimitadamente en un tema tan prolífico historiográficamente, citaremos la narración de un corsario berberisco en las declaraciones ante la Inquisición, tribunal ante el que estaba siendo juzgado por apostasía del cristianismo. El artículo original puede consultarse aquí.
De esta manera, cuenta Amet que, “a la edad de veinte años, con ocasión de la muerte de su padre, tuvo que buscarse la vida estando un par de años hasta que consiguió plaza de soldado en una de las cuatro galeras de Morato Arrais” – en otra ocasión de su discurso dice que fue como chusma al remo, no dejando muy claro su oficio verdadero en el barco.
Dice que:
“Con tal capitán fue al corso y fueron en este primer viaje a Ibiza, donde no pudieron tomar puerto, lo que les hizo desplazarse hasta Barcelona donde, en un rincón despoblado, estuvieron hasta media noche, de donde partieron y fueron a la playa de Valencia, donde aportaron en un puerto despoblado de la dicha playa, donde solamente comieron y luego partieron y se fueron a la isla de Mallorca, donde estuvieron, en puerto despoblado, dos días y dos noches, de donde luego se fueron, porque los descubrieron, y fueron a Menorca y delante de ella tomaron una saetía cargada de queso que había en ella y a sus tripulantes los pusieron a la cadena y enviaron la saetía con diez turcos a Argel.
Luego rodearon dicha isla y se fueron a Tolón, en Francia, en cuyo puerto estuvieron un día y luego se fueron a Marsella, donde estuvieron dos meses, porque no pudieron salir del puerto a causa de que les estaban aguardando fuera las galeras de Malta.
Y una noche, a la media noche, se determinó Morat Arrais y desarboló sus galeras y salió a boga arrancada del puerto y pasó por entre las galeras de Malta que eran diez o doce, las cuales fueron en su seguimiento y les tiraron algunos cañonazos y no los pudieron alcanzar.
Y así se fueron de vuelta a Sicilia, donde estuvieron, en un puerto despoblado, tres días con sus noches y, aunque echaron turcos a tierra, no pudieron hacer ninguna presa. Solo mataron dos o tres bueyes y los entraron a la galera.
Después se fueron a Cataluña y, en una parte de la costa, cautivaron a siete hombres, pastores.
Y después de esto, al cabo de dos días y una noche, se fueron la vuelta de Argel, pasando por la playa romana y fueron a Túnez, donde estuvieron un día. Y luego se fueron la vuelta de Alger y al cabo de cuatro días llegaron a Alger y se entretuvieron en este viaje cuatro meses, antes más que menos”.